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  • El encuentro
  • Penélope Hoy




El encuentro

Carmen López de Lenz
Ella:
Hace mucho calor en la terraza del Aeropuerto Internacional, la brisa cálida me revuelve el cabello. Sin embargo mis manos están heladas, tengo la garganta seca, aunque a cada momento bebo pequeños sorbos de agua.
Miro el reloj por enésima vez, han transcurrido otros 3 minutos desde el último vistazo; me sobresalto, ¿y si no viene?; sacudo la cabeza, no quiero ni pensarlo. Mi pececito izquierdo me dice: Vendrá; el derecho me recuerda lo difícil que es, que Él encuentre tiempo para esta relación.
No me atrevo a entrar a la terminal, no soporto ver la pizarra de llegadas, cuando suena, siento que habrá retraso en su vuelo. Y sólo a mi se me ocurre, venirme con dos horas de anticipación al aeropuerto, si seré loca, los vuelos nunca se adelantan, siempre se atrasan.
Él:
 El anuncio de abrocharse el cinturón ha sido encendido, me apresuro a cumplir con la orden. Enderezo la silla, estoy acalambrado, el vuelo es tan largo, la tensión es intensa. Sin embargo, sonrío. Me doy cuenta que me pueden mirar.
Reviso nuevamente mi cinturón, hacen el anuncio, por el parlante, estamos llegando a mi destino, el país donde nací, del que me fui hace tantos años, al que me atan lazos invisibles. Estoy muy nervioso.
Quisiera que estos últimos minutos fueran más rápidos, pero el mirar el reloj, y revisar nuevamente el cinturón no acortan el tiempo.
Me pregunto una y mil veces, ¿será real?, ¿la habré imaginado?, ¿Estará esperándome?. Nuevamente mis peces internos me ponen loco, uno responde una cosa, el otro le lleva la contraria.
Ella.
Acabo de regresar del tocador, he revisado que mi maquillaje esté bien, el cabello es como siempre un desastre, hay demasiada brisa, y es tan rebelde como lo soy yo.
Miro hacia el cielo y me sobresalto, a lo lejos veo un puntito que se acerca, miro nerviosamente la hora, creo que es “su” avión.
El puntito crece con rapidez. Se acerca. Tengo un nudo en el estómago, me parece que estoy sola en la inmensa terraza, de pronto, está todo tan cerca, después de haber estado tan lejos, tengo que sentarme, las piernas me tiemblan, las manos me sudan y están como dos témpanos.

Él.
Estamos aterrizando, tengo la garganta seca. Es el momento que he estado esperando, cierro los ojos, siento que no puedo manejar las dudas: ¿y si no la reconozco? ¿y si no me reconoce?... y si no le gusto en persona.
Muevo los hombros, necesito levantarme, y estirar el cuerpo, me siento repentinamente terriblemente viejo, estoy tan cansado, que quisiera dormir, pero al mismo tiempo tengo tanta adrenalina encima que pudiera correr sin parar.
Ella.
Entro en la terminal, tengo que controlarme para no bajar las escaleras corriendo, miro hacia abajo, una multitud se agolpa frente al terminal de llegada. Toda la vida he visto con curiosidad las emociones de las personas en los aeropuertos, son totalmente encontradas: alegrías, tristezas, risas, lágrimas, en una especie de ensalada de sentimientos, que casi se pueden tocar en le aire. Por una vez me toca percibir a mi las emociones, me dan escalofríos. 
Busco un lugar, desde el que pueda ver a los pasajeros llegar, es inútil, mantenerme alejada, no soy alta, no veo. Estoy super nerviosa, me abro paso casi a codazos, y me apoyo en la baranda, no me pienso mover de allí.
Mil pensamientos me asaltan, ¿me veo bien?, ¿vendrá? ¿lo reconoceré?: Me doy cuenta que no fui nuevamente al tocador, debí peinarme... trato de resolverlo pasando mis dedos por la cabeza. Creo que eso no ayuda.
Él.
Quiero salir de primero, en cuanto lo autorizan me levanto, y tomo mi equipaje de mano, me coloco en el pasillo, muevo cabeza y hombros enérgicamente; no me da resultado, estoy completamente agarrotado.
Ella:
No estoy segura, pero me parece que está allí, al lado de la cinta de transporte de equipajes, los latidos de mi corazón retumban en mi cabeza, ¿eres tú?, estoy tan inquieta que no puedo recordar nuestra señal, ¿era una camisa azul, con un pantalón beige?, no, eran vaqueros, y la camisa a cuadros, ... pues no, no acierto a recordarlo.
Me parece, que mira hacia mi, pero que tonta soy, todos miran hacia este lado, sonríe, ¿será a mi?
Él.
Estoy seguro que es ella, está aferrada a la baranda, mira hacia aquí, le sonrío, ella corresponde, pero creo que no me reconoce.
Por fin llega mi maleta, me dirijo hacia la puerta, me detienen para que presione un botón. No entiendo, empiezo a impacientarme, ella está allí. No puede ser otra, me sonríe abiertamente.
Me arden los ojos, por fin puedo pasar.
Ella.
Está cruzando la puerta, ... no tengo dudas, me arden los ojos, empujo al que se me pone enfrente.
Él
La tengo enfrente, me acerco.
Ella.
Me ha tomado de la mano, y me lleva hacia donde no hay tanta gente.
Él.
Quiero abrazarla, pero a duras penas podemos movernos entre la multitud, tenemos que salir de allí, le tomó una mano y la halo hacia mi, está completamente helada.
Ella y Él.
Por fin  estamos juntos, Ella levanta los brazos y los coloca alrededor del cuello de Él. Él la rodea con sus brazos, y la estrecha con fuerza, es un momento absolutamente mágico y real, corto y eterno, dulce y perturbador.
Las lágrimas desbordan los ojos, no las pueden contener, corren por los rostros, mutuamente las secan.
Se separan, y se contemplan con detenimiento, el mundo gira de nuevo, se reconocen mutuamente se olvida el miedo, se aceptan, corresponden a sus ideales. No importa, altura, peso, canas o arrugas.
Lo único importante es haber hecho un sueño realidad, “estar juntos”.
Mil preguntas resuenan ¿Comiste? ¿Estás cansado? ¿Desde qué hora estás aquí?.
Cada pregunta se responde con otra. Se miran se toman las manos y ríen.
No pueden parar de mirarse, y menos de sonreírse, se dan cuenta, que han dado un paso hacia delante, que supieron no pedir nada, y que ahora son dueños de todo.
Caminan tomados de la mano rumbo al estacionamiento. Ella se da cuenta del inmenso cansancio de Él. Ha planeado cuidadosamente todos los detalles.
Suben al coche, y ella lo conduce por la costa, hablan poco, no pueden creer que estén juntos… ¿es un sueño?, parece que piensan al mismo tiempo. Ella siente su mirada, sobre su piel. Él mira con atención el camino.
No pasa mucho rato, y llegan a una playita minúscula, Ella lo invita a bajar del coche, saca una estera enorme del maletero y la extiende a la sombra de unas palmeras.
-          Mi amor, siéntate y descansa.
-          No estoy cansado…
-          Y debo creerlo?, acabas de volar por horas… y no estás cansado? …
-          Bueno… un poquito, pero a tu lado… para nada
Ella insiste y se sientan, un poco separados, pero ella lo empuja suavemente y logra que Él se recueste, lo acaricia con cuidado, se impregna de su olor. No pasa mucho tiempo y Él se adormece.
Transcurre un rato, Él abre los ojos y se sorprende al ver un mar vestido de luces, el sol acaba de caer y la luz ha vestido de plata las olas del mar.
Ella lo mira con dulzura y le besa, Él corresponde y pregunta: ¿Y ahora?
- Vamos.
Recogen la estera, pero Él se agacha y recoge una concha ambarina cerrada. Ella lo mira con curiosidad pero no dice nada.
Nuevamente ella conduce, al poco rato llegan a un lugar apartado, ella entra con seguridad y aparca frente a una pequeña cabaña. Lo invita a bajar.
Está demasiado nerviosa y no logra abrir la puerta, Él nota su nerviosismo, y se ríe.
-          ¿Te ayudo?
-          No
-          ¿Seguro?
-          Si
Por fin logran abrir la puerta, la estancia es pequeña, iluminada con velas, está fresquita un suave olor a flores impregna el ambiente y una música suave inunda todo.  
Se miran, y abrazan los ojos se inundan y la represa que ha contenido las emociones se rompe en mil pedazos, ya no son dos extraños a miles de kilómetros deseando lo imposible. Ahora son amantes haciendo lo posible por ser felices. Beben la copa que la pasión les ofrece, no una sino mil veces.
Finalmente exhaustos se abrazan, atrás quedó el miedo, la gente, los compromisos, las obligaciones y el temor… ese temor espantoso a estar el uno frente al otro. A no gustarse, a no sentir de verdad lo que la distancia se encargó de alimentar.
De pronto Él toma la concha y la abre, le da la mitad,
-          Guarda tú una parte y yo la otra, esta es la promesa que volveremos a estar juntos.
-          Lo haré.
Finalmente el sueño los vence, y abrazado se entregan a un sueño reparador.
A miles de kilómetros de distancia, un hombre y una mujer comienzan a despertar, a horas distintas pero al mismo tiempo. Tienen una sonrisa dibujada en los labios. La tenue luz del amanecer los pone en contacto con la realidad. Se desdibuja la sonrisa, los ojos se humedecen, una vez más han soñado y llega el amargo despertar.
No están juntos. Les espera su cotidianidad, algo que los supera, son padres, son hijos, son parejas de quienes no quieren. La vida y su monotonía les resulta abrumadora… pero no saben como liberarse, no pueden, no existe un despertador que suene su alarma y diga: Ahora.
Sin embargo, la sonrisa regresa, han soñado una vez más uno con otro, esos sueños en los que no existen trabas y todos los obstáculos se superan.
Se levantan de sus camas solitarias y ambos tropiezan, junto a las zapatillas cada uno encuentra la mitad de una concha marina.

Agosto 2005
Penélope Hoy
Carmen María López de Lenz

Ella despierta temprano, con una sonrisa en los labios. Se arregla con esmero. Como cada mañana sabe que cada día trae la esperanza de la alegría de un encuentro esperado.
Cumple sus obligaciones y parte con prisa a enfrentar la ferocidad de una ciudad atestada de gente e inconvenientes. No se deja perturbar, sortea las incomodidades con agilidad y permite que la rutina diaria la lleve hacia sus labores.
Reparte sonrisas entre amigos y desconocidos, de vez en cuando mira una fotografía gastada en el fondo de la billetera, le dedica un beso imaginario y prosigue deslizándose por entre las horas del día, con la certeza que al atardecer habrá una recompensa.
A la hora de comer se une al alborozo de sus compañeras, escucha las historias de amores y abandonos, ríe feliz, y sortea con elegancia las preguntas indiscretas.
-         Cuenta, cuenta…
-         No hay nada que contar
-         Pero siempre sonríes, algo tiene que pasar
-         Nada, Nada… yo soy así nada más
-         A nosotras no nos engañas, no seas mala, cuéntanos quién te hace sonreír
-         Nadie, paren de indagar.
Continua el día, falta menos, pocas horas faltan para el momento esperado, intenta concentrarse, pero siempre un trocito de pensamiento acompaña la ilusión del momento mágico.
Se acerca la hora de la salida y la emoción se apodera, la sonrisa ya no se borra, un tenue rubor le enciende las mejillas, se despide apresurada de sus compañeros y se encamina hacia el momento que ha estado esperando por horas.
Se dirige hacia su destino, entre la multitud que se dirige presurosa hacia sus casas después de otra jornada.
Entra en la estancia, y toma un asiento. Pide un café. Mientras llega el pedido, mira nuevamente la foto, se humedecen los ojos por la alegría.
Al alzar la mirada, se encuentra con alguien que tiene un café en las manos y sonríe con alegría. Ella se muestra extrañada, no es el mismo mesonero que tomó la orden, da las gracias, pero el desconocido toma asiento sin pedir permiso.
-         Disculpe, pero espero a alguien.
-         Lo sé,
-         ¿Cómo?
-         Sé mucho de ti.
-         ¿Cómo?
Ella se inquieta, mira el reloj, este desconocido está sentado en un lugar que no le pertenece, siente miedo…
Él lo nota, e intenta tranquilizarla,
-         No te asustes.
-         No lo estoy, sólo que espero a otra persona
-         Lo se
-         ¿Cómo?
Los pensamientos de Ella corren desbocados, el sentido común le dice ¡cuidado!, pero la curiosidad le dice ¡espera!, se mueve inquieta en el asiento. Finalmente lo enfrenta
-         ¿Quién eres?
-         Soy yo.
-         ¿Tú?, pero ¿quién eres tú?
-         Soy con quien sueñas cada noche, a quien dedicas versos, quien ocupa tus pensamientos más íntimos.
-         ¿Si?, ¿tienes poderes extra sensoriales?, nadie puede meterse en la mente de otro
-         Yo puedo hacerlo, vivo en tu mente.
-         ¿Si?... y a aparte de eso en que otra cosa andas?
-         Esperando el momento de verte… toma tu café, está como te gusta, con un toque de cacao, tibio y con poca azúcar.
Ella no se atreve a probar el café, está paralizada, no sabe quién es el desconocido, hay sentimientos encontrados: miedo, curiosidad, pero no puede irse, un extraña fuerza la mantiene “pegada” a la silla, sin poder dejar de mirar a los ojos del desconocido.
EL sigue sonriendo, extiende una mano para tocar la de ella, nota que tiembla, retira su mano, pero no deja de mirarla. Comienza a hablarle por lo bajo.
-         ¿Entonces, no sabes quién soy?
-         No
-         Mira bien mis ojos

Ella desvía la mirada, hace ademán de irse, y él finalmente pronuncia su nombre
-         No te marches, quédate a mi lado.
-         No, no quiero. Usted invade mi espacio, espero a otra persona.
-         No, me esperas a mí.
-         No, no eres quien espero.
-         Por favor, mírame a los ojos.
-         No quiero, no puedo.
Ella se levanta presurosa, sale del local entre asustada y nerviosa. Busca un taxi, de pronto siente mucho miedo, la ciudad es hostil, hay demasiadas historias, aborda el vehículo, da la dirección y trata de contener las lágrimas.
Siente odio por el desconocido que le arrebató su momento mágico. No sabe quién es. Lo odia por sentarse en un puesto que no es de él, por saber cómo le gusta el café, por estropear su encuentro, por tratar de ocupar el lugar de otro, por entrar a su espacio, sin invitación.  
Se seca las lágrimas y llega a su casa, todo está en su sitio, se deja envolver por la tranquilidad que genera lo conocido, lo inalterado. Prepara un café, enciende la computadora y encuentra un mensaje:
 “Amor, hoy no pudo ser, pero mañana seguro que si, ponte bella para mi, nos vemos en nuestro lugar especial”
Y ella sonríe otra vez, mañana repetirá su rutina como todos los días, desde que encontró al desconocido que cada día le deja un correo con una frase de amor.
13/10/2005


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